viernes, 14 de septiembre de 2007

El espejo


La rutina esta hecha de mil pequeñas cosas que, repitiéndose cada día, nos dan un sentimiento de seguridad y nos acunan en un nido de estabilidad confortable, inalterable.

Aquel hombre era conciente que su vida era rutinaria, pero, a diferencia de muchos, no se sentía frustrado por esto. No, por el contrario, él disfrutaba de la rigidez de sus costumbres que, día a día, le indicaban que hacer, dejando poco espacio para la incertidumbre.

Así, por ejemplo el sabía que todos los días debía levantarse a las 6.45 de la mañana, tomar un desayuno ligero seguido de una ducha rápida para luego vestirse, verificar su atuendo en el espejo y partir rumbo a la oficina.
Allí cumpliría sin tropiezos su jornada de 8 horas, durante las cuales se esforzaría por destacarse en su trabajo, para ganarse así el respeto de su jefe y, tal vez, conseguir ese aumento que espera hace ya tanto tiempo.
A las 17.50 apagaría su computadora, recogería su viejo maletín y su abrigo ligero, y partiría tranquilamente hacia la parada del colectivo, para regresar a casa, ver la tele, cenar y dormir.

Pocos sucesos venían a perturbar esta inquebrantable rutina. De vez en cuando, si se sentía solo, llamaba un amigo para tener una pequeña charla superficial pero satisfactoria… o tal vez a su madre, quien siempre se quejaba que, desde que se había mudado al centro, ya no tenía tiempo para ella.

Una vida tranquila, sin grandes pasiones ni aventuras, pero confortable y sobre todo, a su medida.

Se levantó entonces aquel día, como siempre, a las 6.45.
Con la eficiencia que da la práctica, desayunó, tomó su ducha, se lavó los dientes y se dirigió a su habitación para vestirse.
Aquel día vistió un traje sobrio, sin signos distintivos ni colores brillantes. Al terminar de acomodar el último pliegue, se miró en el espejo, como siempre, para asegurarse que todo estuviera en su lugar… o esa era al menos su intención.

Porque el espejo parecía, aquel día, haber iniciado una inexplicable rebelión… ¿o era aquello un extraño chiste?
La superficie vidriada reflejaba, como siempre, su ordenada habitación débilmente iluminada por la luz de la mañana.
Ahí estaba, como siempre, su cama con su ligera frazada, su mesa de luz con el libro que había estado leyendo la noche anterior, su placard de fórmica con la puerta abierta…
Pero lo más importante faltaba.
Su propia imagen.


El hombre clavó entonces la mirada en el espejo. Recorrió de nuevo con la vista la imagen reflejada de la habitación. Todo seguía igual. Y la imagen seguía ignorándolo.
Cada vez mas extrañado, bajó la vista y se contempló a si mismo.
¡Claro que estaba ahí, como siempre! ¡No se iba a transformar en vampiro de la noche a la mañana!

Enfurecido con el espejo rebelde, y pensando que alguno de sus (pocos) amigos debería estarle haciendo un chiste muy raro, se dirigió al espejo del baño… y su mal humor aumentó. El espejo del botiquín reflejaba, como su compañero, a la perfección la habitación a su espalda… pero no a él.

“¡Gente estúpida!” pensó “yo no le veo la gracia”. Porque tenía que tratarse de un chiste, una broma ridícula y sin sentido… “¿Donde habrán conseguido espejos así?” alcanzó a preguntarse.

Y sin más, recogió su viejo maletín y su ligero abrigo, y corrió a la parada, ya sin tiempo para más tonterías.

Pero la normalidad de la mañana estaba ya arruinada. Por más que intentase concentrarse en sus tareas, no podía sacar de su cabeza el extraño suceso, y seguía intentando identificar mentalmente al culpable de semejante broma de mal gusto.

Todo empeoró cuando, luego de ir al baño de la oficina, comenzara a lavarse las manos y levantara la vista sobre el espejo que allí se hallaba. Se inmovilizó al instante al comprobar que la broma, si se trataba ya de una, cobraba dimensiones inesperadas… porque su imagen seguía aún ausente.
Con el corazón latiéndole y con una súbita palidez que no se reflejaba en ninguna parte, cerró la canilla y salió corriendo del baño. Tenía que comprobarlo.

En el hall de la empresa había un espejo, en el pasillo que iba hacia los ascensores, pero aquel hombre trabajaba en el primer piso y nunca tomaba el ascensor…
Hacia allí corrió ahora, y se detuvo delante del espejo… otro insurgente más.
“¿Pero como…?! Pensaba, sintiendo ya la incipiente mordida del pánico, cuando las puertas del ascensor se abrieron, dejando lugar a un grupo de personas que se dirigían, charlando alegremente, hacia la puerta para la pausa del almuerzo… y que agregaron, sin sospecharlo, a su creciente terror. Todos ellos tenían, por su puesto, su doble en el espejo… todos menos él que, sin embargo, se encontraba parado justo delante del vidrio.

“¡Esto... no puede ser! ¿Dónde estoy yo???”
Con el terror ya nublando su mente, corrió hacia el único espejo que, pensaba, no podrían haber manipulado. “¡El baño de mujeres!”
Entró atropelladamente, sin pensar en golpear, y sobresaltando a la tranquila mujer que retocaba su peinado en el espejo: “Eh!” Gritó ella, entre enojada y sorprendida, pero él no tenia ojos para nada mas que el espejo… donde la desconocida mujer aparecía, y el no.

Sin pensar en avisarle a nadie, salió corriendo a la calle… ¡no podían haber arreglado TODOS los espejos!
Y así corrió por la calle, deteniéndose ante las vidrieras, entrando en los locales de ropa para acercarse a los espejos de los probadores, buscando las paredes espejadas de los shoppings, y colándose incluso en los colectivos… buscando su imagen, y sin encontrarla nunca.

Aterrado, transpirado, con el traje arruinado y sin el maletín, regresó esa noche a su casa, después de hacer un alto en lo de un primo que tenia una llave extra de su departamento, y a quien no le contó nada.

Los espejos de su departamento seguían rechazando su imagen.

Esa noche no pudo dormir.

Se despertó a la mañana siguiente, a las 6.45, como siempre.
¿Consultar un médico tal vez?
No, el tenía cosas mas importantes que hacer. Y él seguía estando allí, por más que su imagen lo abandonara.
Tal vez, si ignoraba a los espejos, todo volvería a ser como antes.

Así que desayunó, se duchó, se vistió, y salio rumbo a la parada del colectivo, esta vez sin verificar su atuendo.
Tan ofuscado iba que no notó que la gente parecía mirar a través de el.
Tuvo problemas para pagar su pasaje en el colectivo, porque el chofer no le prestaba atención.
Y al llegar a la oficina, nadie le preguntó donde había estado el día anterior.

Se sentó frente a su computadora, con desgana. No tenía ningún asunto urgente para atender. Continuó con sus tareas automáticamente, aunque ya nadie parecía pedirle resultados…

Ese día nadie le dirigió la palabra, nadie respondió sus e-mails.

Se fue temprano.
Recorrió las calles, en un día lluvioso, brumoso. Los contornos de los edificios se desdibujaban en la humedad ambiente. Si él hubiera podido contemplar su imagen se hubiera dado cuenta que él también parecía desdibujarse…

Desdichado, ignorado, olvidado, sus pies lo llevaron sin rumbo por esas calles transitadas, pero indiferentes a él.

Llegó a una plaza. Se sentó en un banco de piedra, mojado de lluvia. Levantó la vista al cielo, gris. Miro su traje, gris. Y al mirar su mano, le pareció que ésta también se volvía gris.

Algo mas tarde, cuando la lluvia se volvió llovizna y la llovizna brisa suave, un chico pasó en bicicleta por la plaza.
Llegó al banco, no vio a nadie, y se sentó a esperar a su amiga.
No supo nunca, ni él ni nadie, que en ese banco de esa plaza, un hombre gris terminó de perder su imagen.

Un hombre que, lenta pero inexorablemente, fue perdiéndose entre las sombras indistintas de la rutina, una hora gris deslizándose hacia otra hora gris, un día insulso arrastrándose hacia otro día insulso… formando una vida tan simple e insignificante, tan solitaria e intranscendente que el universo la olvidó… que hasta aquel hombre la olvidó.

4 comentarios:

Wilfredo Rosas dijo...

Maravilloso. Te aplaudo de pie. Me encantó.

Anónimo dijo...

Debo confesar que llegué hasta acá de casualidad pues no soy un asiduo lector de blogs. Pero no quería dejar de felicitarte y de agradecerte porque lo que acabo de leer me pareció hermoso!
Gracias por hacerme pensar un poquito!!

Anónimo dijo...

Llegué aca de casualidad, pero me veo obligada a dejar un comentario felicitándote: es MUY BUENO el texto, me hiciste sumergirme en él...

Ana Ortiz dijo...

Me encanto leer tu texto.me sentí identificada en muchos aspectos con ese hombre que le gusta la rutina y las cosas seguras no sujetas a incertidumbre.
Espero publiques cosas más seguido.